martes, 16 de febrero de 2010

Agua, agua, agua

El intenso calor que caracteriza la estación seca, agravado por la presencia de la Corriente de El Niño, junto a sus efectos negativos sobre el suministro de agua dulce, tanto para el consumo humano como para los usos económicos, son un llamado de atención que debería recordarnos que el preciado líquido es un don gratuito de vida donado por la naturaleza, el que pese a ser un recurso renovable es, a fin de cuentas, escaso.

Por su parte, la forma indiscriminada con que lo derrochamos en los días del reinado efímero del dios Momo contrasta con el hecho de que debido al cambio climático y otras calamidades medioambientales la escasez del agua se perfila hacia el futuro como el reto más dramático que debe enfrentar la humanidad.


Frente a esta situación se hace indispensable que el país se comprometa con lo que Maude Barlow ha llamado, en un tono poético, el Acuerdo Azul. Es el compromiso tanto del gobierno como de los ciudadanos con tres principios básicos. El primero de ellos, que resulta ser el que articula los otros, propone que el acceso a la dotación de agua indispensable para la vida constituye un derecho humano inalienable, por lo que la sociedad y el Estado tienen la obligación de asegurársela efectivamente a todos los ciudadanos y ciudadanas. Esto significa alejar al agua del concepto de simple mercancía, para convertirla de un satisfactor fundamental para la población.

El segundo fundamento, que complementa al anterior, se conoce como el “principio de la justicia del agua”. De acuerdo al mismo la solución de los problemas actuales y futuros de escasez llevan a la necesidad de observar una distribución equitativa en el uso del recurso agua, evitando que el derroche, que generalmente se observa entre los sectores económicamente más poderosos de la sociedad, limite la atención de las necesidades básicas de la población más vulnerable.

El tercer principio, el cual viabiliza los otros dos, se refiere a la conservación del recurso; lo cual conlleva a realizar un esfuerzo para asegurar la suficiente oferta del preciado líquido en condiciones de sostenibilidad en el tiempo. Lograr esto significa, entre otras cosas, asegurar las condiciones ecológicas que permitan que la naturaleza siga dotándonos de una oferta adecuada de agua. También conlleva observar la regla de oro de acuerdo a la que no se debe extraer de las fuentes una cantidad superior a la que la naturaleza es capaz de renovar, así como eliminar la contaminación de éstas, provocadas por las prácticas económicas y de extracción ecológicamente inadecuadas. No menos importante será la necesidad de avanzar hacia técnicas de producción agrícola que, además de evitar la contaminación producida por los agroquímicos, se guíe hacia formas de producir en las que se logre una mayor producción por unidad de agua utilizada.

Se trata de principios fundamentales que proponen una importante estrategia de sobrevivencia para la humanidad, la cual choca directamente con aquellos que ponen por delante el deseo de lucro a cualquier costo.


Juan Jované

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